Hace millones de años, la madre Sol, Eguzkia, hija de Amari, soñó con su propia muerte. La Diosa hizo lo imposible por evitar desgracia tan grande y pidió a los seres del aire, del agua, del fuego y de la tierra que no hicieran daño alguno a su hija. A cambio, les prometió velar por todos los seres vivos que habitaban el Planeta.

Sin embargo, Inguma, el Señor de la Oscuridad, celoso del brillo del Sol, sabía que había una planta humilde a quien Amari no había prestado atención: el muérdago. Hizo una flecha, untó la punta con la sabia de la planta, y disparó. Envenenado, el astro de la luz se fue apagando y murió.

La Tierra se volvió oscura y fría, la vida empezó a desaparecer, y ningún remedio servía para devolver la luz al Sol. Amari lloró de pena, y sus lágrimas cayeron sobre las bayas del muérdago que se transformaron en perlas transparentes. Y la madre Eguzki volvió a brillar, poco a poco al principio, más fuerte a cada día que pasaba. La Diosa bendijo la planta y prometió que nada malo les pasaría a quienes se encontraran debajo del muérdago. Por eso, el último día del año colocamos las ramas en nuestras casas y pasamos por debajo para que el Sol no deje de iluminarnos y darnos calor.

En la foto, la cara norte del Anboto donde está la cueva de la diosa Amari y en primer plano unos trozos de muérdago para qué en 2024, el Sol no deje de iluminarnos y darnos calor.

 

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